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jueves, 22 de noviembre de 2012

Sobre la sexualidad BDSM y la subcultura que produce.

Todas las sociedades y las culturas se desarrollan en entornos determinados, y en contextos históricos determinados. Por ejemplo, la Revolución Francesa no se había dado sin un ascenso previo de la burguesía, que tiene su origen en el crecimiento de las ciudades. Estos burgueses se convierten en una clase social cada vez más importante y optan por desbancar del poder a los nobles (en Francia, en otros estados los desarrollos serían distintos, también debido a las circunstancias concretas de cada lugar). Lo mismo le pasa a la socialización de la sexualidad. La sexualidad es algo natural, es decir, todos (o casi todos, otro día podríamos hablar de la asexualidad y las personas asexuales) tenemos pulsiones sexuales que dirigimos hacia determinadas personas (animales o cosas) y hacia determinadas situaciones. Así, las personas de todas las épocas y de todos los lugares del mundo sienten, indistintamente de cuál sea su cultura y su sociedad, deseos de mantener relaciones sexuales (en el sentido más amplio que podamos imaginar, no sólo coital).

Así, podemos determinar que la sexualidad es algo natural, porque es para todos, indistintamente de nuestra sociedad, cultura, momento histórico... Pero hay elementos culturales, ya en la Prehistoria nos encontramos con un ser humano que no sólo se relaciona sexualmente para procrear, ni siquiera para satisfacer una pulsión, sino también para entablar relaciones. Esto es común a otros primates, y nos encontramos con chimpacés hembra que, por ejemplo, ejercen la prostitución, dando sexo a cambio de comida a los machos dominantes.

De este modo, la sexualidad es algo cultural, hasta el punto que las distintas culturas llegan a desarrollar distintos métodos de cópula. Así, los nativos polinesios se sorprendían de la forma de copular de los misioneros europeos (de ahí, la postura del misionero). Desde luego, a la hora de socializar la sexualidad, hay unos patrones de cultura, y las relaciones homosexuales que los antiguos griegos veían con naturalidad (y que normalmente se daban entre varones de distinta edad, maestro y alumno), los cristianos lo vieron como algo deplorable. Con todo podemos decir que la homosexualidad no es un producto cultural, en cuanto que se da en todos los territorios del mundo y en todas las épocas, esto es, en todas las sociedades (por mucho que Ahmadineyad diga que en Irán no). Pero... ¿Qué pasa con el BDSM?



Está claro que el BDSM, tal como lo entendemos hoy, constituye una subcultura, con sus roles, sus protocolos (todas las culturas y subculturas tienen protocolos, que no son otra cosa que normas de educación aceptadas por determinada colectividad). Esta subcultura no deja de verse englobada dentro de la cultura occidental (una subcultura siempre forma parte de una cultura, que llamaré supracultura para diferenciarlas mejor), que en nuestro caso se caracteriza por el liberalismo en lo económico y lo democrático en lo político. No en vano, el BDSM, tal como lo entendemos nosotros, no escapa a los valores de libertad e igualdad establecidos por la Revolución Francesa,  y que tendemos a asumir como lo natural, pero que es el fruto de un producto político e histórico determinado, por lo que no entendemos que nadie someta a otra persona contra su voluntad, como no entendemos que este sometimiento como algo derivado de la raza, la cultura, la condición social (a pesar de que en la literatura los Dominantes están siempre forrados y los sumisos son probetones) o, en los tiempos igualitarios respecto al género, por el género que tengamos (a pesar de que no se puede negar la existencia de discursos supremacistas femeninos o masculinos dentro del BDSM).

Como no podía ser de otra manera, el liberalismo económico forma parte del BDSM occidental en tanto que surgen locales de ocio vinculados al BDSM, BDSM profesionalizado, un mercado en torno al BDSM y sus juguetes... En definitiva, las relaciones capitalistas que ya vivimos en nuestras vidas vainilla y que tenemos más que asumidas (por lo que no estoy, ahora, queriendo abrir un debate sobre las formas de socializar y relacionarse en las sociedades capitalistas). Con todo, sabemos que el BDSM, como movimiento, es algo que surge a mediados/finales del s. XX, pero que los sentimientos no son propios de esta época histórica y de esta sociedad (marcada por la XX Guerra Mundial y la Guerra Fría), sino que son anteriores. Ya en la época victoriana nos encontramos con prácticas bedesemeras, como el facesitting, o nos encotramos en el XIX con la voluntad de Masoch de verse sometido ante una Venus implacable cubierta de pieles, por lo que no es nuestra época la madre del BDSM.



Ahora bien, entendiendo que no podemos aplicar la idea de prácticas consensuadas a determinadas épocas, porque evidentemente el Amo que en el s. XVIII sometía a su esclava en Tenessee, podría disfrutar sexualmente de ello, pero ella no necesariamente (en cualquier caso, nadie le preguntaba, a nadie le importaba, y no estamos ante episodios de BDSM, sino de violación), y evidentemente el patricio que sodomizaba a su esclavo romano, en la antigua Roma, tampoco se importaba por los deseos del esclavo. Así, cuesta mucho hablar de BDSM en situaciones en las que la violencia está al orden del día, y donde, por lo tanto, es muy difícil fijar el límite de lo consensuado e, incluso, del disfrute. Porque así como podemos entender que nos hayamos ante homosexualidad en el momento que una persona se siente atraída por otro de su mismo sexo, no podemos entender que nos hayamos ante sadismo (en el sentido que nosotros le damos) o ante dominación, en el momento que una persona disfruta de hacer daño físicamente a otra, o de dominarla. Además, es realmente difícil entender si ese disfrute es sexual o no (más allá de que sea lícito, de lo que pretendo divagar no es tanto de las relaciones lícitas en BDSM y lo que no es lícito, violaciones, etc., como el sentimiento o la pulsión que siente la persona que desea realizar determinada práctica).

Es decir, la violencia contra las mujeres en Afganistán forma parte de una supracultura violenta hacia las mujeres, no se la subcultura del maledom. Pero... ¿Y si un afgano (independientemente de que acepte de mayor o menor grado la supracultura en la que vive) es Dominante? ¿En qué punto podemos diferenciar el deseo de dominar por el contexto de la supracultura afgana o en la lógica de la subcultura BDSM?

En ese sentido, ¿existe BDSM fuera de las sociedades liberales occidentales? Podríamos decir que sí, que en Japón hay BDSM. Y en efecto es así, pero no podemos obviar que Japón es una sociedad muy occidentalizada. También encontramos en países árabes (algunos islámicos) indicios de BDSM, y, muy curiosamente, de femdom (¡en mujeres y en hombres que desean ser dominados!). En este mundo globalizado sería muy difícil analizar hasta qué punto este desarrollo de la subcultura femdom forma parte de una occidentalización de la supracultura local o mana der ella misma.

En ese sentido, hace poco que leí un artículo en Cuadernos BDSM (nº 4, p. 10) sobre una posible tendencia bedesemera, ni más ni menos que en la Prehistoria, y en otro número se hablaba de las representaciones de Aristóteles cabalgado, representaciones que nada tienen que ver con un hipotético gusto de Aristóteles por ser un ponyboy, sino con la ridiculización que en él buscaban los cristianos medievales, críticos con su filosofía que atentaba contra determinados principios bíblicos (recomendable, La dama de la rosa). Como decía mi profesor de Prehistoria, cuando en Prehistoria algo no se sabe explicar, siempre se dice "eran creencias espirituales", sin atender a nada más. Él ejemplificaba con los enterramientos de personas en posición fetal, que a veces se explican como un "volver a la madre tierra", cuando se puede explicar de un modo más pragmático, pues en posición fetal hay que cabar menos que estirado para enterrar a una persona. La cuestión es que en el artículo al que me refiero se trataba de venus (figurillas paleolíticas que representan cuerpos de mujer) que presentaban adornos alrededor de los pechos y del cuello que sugerían bondage de los que hoy conocemos. Realmente las imágenes sí resultan sugerentes, pero como el mismo autor plantea, no son determinantes. La pregunta está clara, ¿existieron no ya en épocas prehistóricas, sino antiguas o medievales relaciones D/s que no fuesen meras relaciones de dominación-opresión? ¿Cómo diferenciamos en determinadas sociedades una cosa de la otra (habida cuenta de que el BDSM como lo podemos entender nosotros se basa en un concepto de la libertad propio de la civilización occidental?



La cosa parece una tontería, pero quizá podría valirnos para definir con más precisión el BDSM como una tendencia sexual universal (en espacio y en tiempo, como lo son la heterosexualidad o la homosexualidad), o como una tendencia derivada de una cultura determinada (como lo son la poligamia o la monogamia, que existen en unas culturas sí, en otras no, y que además, en ambos casos, se consituyen como supracultura, no como subcultura). De ahí podríamos concluir la naturalidad (perdonadme si resultan términos muy maximalistas o esencialistas, nada más lejos de mi intención) o la culturalidad del BDSM.



¿Podemos presuponer, con todo, que es natural en cuanto a que nadie, desde la supracultura, nos induce a ello y que es cultural en la medida que se desarrolla a través de unas relaciones construídas a tal efecto (protocolos, normas ético-morales, etc.)? Probablemente. ¿Que esta disertación es una paja mental sin ningún interés práctico? A priori, y mirándolo desde una perspectiva inmediata y exclusivamene BDSM, en efecto, es una paja mental. Quizá mirándolo desde otros intereses (en los que no voy a entrar aquí), la cuestión sería más difícil de analizar (de ahí mi preocupación, relativa, por el tema).

Sea como fuere, lo que sí que creo con rotundidad es que la sexualidad se construye, en lo íntimo y en lo social, y a nosotros nos corresponde cómo construir un BDSM que vaya acorde con nuestra forma de entender la vida.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Hay veces que las cosas no salen como estaban previstas, y eso, en principio, parece malo. Este sábado tenía previsto asistir a la fiesta de aniversario del Triskel del Norte, pero la fiesta se vio aplazada por un pequeño problemilla (ver aquí) hasta el 24 de noviembre (aprovecho para decir que aún estáis a tiempos, rezagados, de apuntaros). Así que uno se queda sin plan... O no. Así que un grupo de amigos quedamos para cenar y no dejar que una mala noticia, el aplazamiento de la fiesta, nos arruinase el día.

Una cena sencilla entre cuatro amigos sin roles, nada, en principio, del otro jueves. Con una pequeña excursión previa, eso sí, y una serie de debates casi casi teológicos (y es que somos polifacéticos). Pero como suele pasar, lo que parece una cosa sencilla, no tiene por qué serlo, o no tiene por qué vivirse como algo sin importancia. Más allá de la importancia infinita que tiene pasarlo bien con la gente a la que aprecias y quieres, la importancia de tener la oportunidad de hablar de determinados temas que te hacen crecer, la oportunidad de recibir consejos y tirones de orejas cariñosos que te ayudan a crecer, y descubrir, una vez más, dónde metes la pata (ahora queda solucionarlo, ver veremos), y esos momentos sutiles que te permiten conocer mejor a las personas, no son para nada pequeñeces ni situaciones insignificantes.

Y es que a veces los pequeños momentos son grandes momentos, para conocer a los demás, sí, pero también para conocerse a uno mismo. Para conocer tus reacciones y para ver cómo, observándote a ti mismo, conociéndote, las reacciones van cambiando y haciéndose más racionales, incluso más placenteras, y ver cómo las cosas que antes a uno le dolían escuchar, porque no le gustaban, ahora le gusta escucharlas, porque le ayudan a crecer.

Sin duda hay mucho camino por delante. Sin duda me queda muchísimo para conocerme a mí mismo, para comprenderme y para construírme y que el resultado sea el que quiero. No sé cuánto tiempo puede llevarme, probablemente años, porque uno siempre se está construyendo, y realmente es un crecimiento que nunca debería detenerse. No es fácil, pero quizá deba comprender que el hecho de ser difícil no convierte el esfuerzo en un esfuerzo penoso, doloroso. Lo difícil también puede ser placentero, un reto a superar, un esfuerzo feliz, que nos hace sentirnos felices por el mero hecho de esforzarnos. Quizá esta visión se corresponda más con un deseo que con una realidad, pero la realidad se construye en base a los deseos, y en base a un esfuerzo nuevo, que nunca conocí. Quizá sea la hora de estender las alas y volar hacia uno mismo, construírse como sumiso de una vez por todas.

¿Será poca cosa una cena entre amigos? Me parece que no.





Y es que además, como se puede intuir en la foto, lo pasamos en grande ;)